El contenido de mi universo: una taza roja



Ser libre es aprender a respirar después de tragar agua y polvo. A los 24 años de edad salí de casa, con alas entumecidas y un miedo que me motivó a volar sin saberlo. A los seis meses caí de nuevo en un ahogo al ver que ni siquiera la taza en donde bebía café era mía. Me di cuenta que para sentirse ligera había que adueñarse de un lugar, de cualquier rincón en el mundo y hacerlo propio. Tener la certeza de todo lo que ocurre dentro de ese pequeño sitio, aunque se vaya y venga se regresa con la tranquilidad de encontrar todo en el mismo sitio.
Después de tener una llave propia lo primero que se debe comprar es algo para marcar territorio, sea donde sea, por el tiempo de permanencia, uno marca su espacio. Lo primero es una taza. Eso es fácil de transportar, le cabe todo, desde un café o sopa caliente, colores, una planta para cuando quiebre, al no tirarla tiene una aspiración a maceta. Cinco tazas grandes, rojas a 400 pesos el juego. Llegando el envío después de dos semanas empezaron las fronteras en la oficina, en la cocina de casa y todo lugar que implique días de permanencia. Un objeto que difícilmente alguien se atrevería a tomar prestado, más vale lo dejen en su lugar.
Este artefacto pudo ser del color que sea, pero la elección es importante: rojo. Es un color fascinante, aún más en los zapatos, habla de pasión, de atrevimiento, llama la atención. Todos los días se elige algo, sabiendo las consecuencias hay un mayor respiro de libertad. Si me baño o no me baño, si voy al trabajo o me finjo una gripe, si compro estos zapatos o mejor lo ahorro para el viaje, si me doy besos con ese chico que siempre coincido en la tarde cuando me subo al vagón o me quedo sentada viéndolo como una tonta, si me lavo los dientes o mejor ya duermo, si renuncio a ese trabajo aún sabiendo que ya no habrá quincena, si camino por la arena descalza aún con las sandalias en la mano aunque me queme ¿por qué? Porque quiero, porque se me da la gana.


Si la taza se fractura, sería algo así como a la mitad del océano, suspendidos en la nada, ahogarse, tragar agua y buscar de nuevo un punto de salvación. Es continuar sobre la carretera y poner la música, vestir un vestido con tenis, cortar el cabello en invierno, hablar a la redacción y sin culpa, decir que no habrá texto, de apagar el celular el fin de semana, de disfrutar de la propia piel en casa, a solas. ¿Por qué? Porque necesito respirar, porque es mi auto, porque odio los zapatos, porque me caga el pelo en cara cuando manejo, porque me dio hueva, porque no quiero ver a nadie, porque me dio calor, porque se me antojó.
Ser roja, azul, una taza o una llave son opciones para todos los días, son causa para un efecto que al asumirlos y repararlos se puede presumir de tener libertad.

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