La sal también es poblana


En un ambiente desértico, a una temperatura de no menos de 30 grados centígrados de mediodía, los jornaleros trabajan en una piletas en los cerros de Zapotitlán de las Salinas, muy cerca del Jardín Botánico Helia Bravo Hollis. El agua del río que baja de San Juan Raya,  se concentra ahí permitiendo que el agua se evapore con ayuda del intenso sol, para luego recolectar la sal manualmente en canastos de mimbre.
Este recurso mineral siempre ha estado presente en la dieta de la región, pues en la extinta ciudad de Cuthá, los mixtecos y popolacas hervían el agua en vasijas de barro que ellos mismos elaboraban, cuando el líquido se evaporaba por completo, rompían la pieza para obtener una placa salada. 
Al ser rica en historia y valores culturales, es parte de la llamada Arca del Gusto de Slow Food, debido a que el labor de los salineros y la extracción de este mineral está en el olvido. Aunque hay cinco depósitos activos, hay mucho por hacer y difundir entre cocineros, su venta además de agregarle un valor agregado.








¿A qué sabe?
Al nacer en un terroir con yeso y caliza, sin olvidar que es un espacio fósil a donde se va a excavar por ónix, su sabor es de alta salinidad. Su color es blanco, muy similar al gis de pizarra y tarda en disolverse en la boca. 

Otras bellezas en Zapotitlán
A pie de carretera hay restaurantes sencillos que venden además de quesadillas, las flores de los cactus e insecto locales. De la flora, cuando es temporada puedes encontrar además de palmitos, cocollos y tetechas; gusanos de maguey, cocopaches, cuchamás y texcales listos para taquear con salsa recién molcajeteada. 
Te puedes hospedar dentro de la biósfera en la cual conviene ir en grupo para disfrutar del recorrido y ver las biznagas gigantes, tomar un temazcal y rentar una cabaña.









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